miércoles, junio 01, 2011

ALGO QUE ME LLEGO DE CATON

De verdad disfruten este pequeño, preciso y hasta tierno pedazo de sabiduría que nos regala el maravilloso Catón:


«Mientras exista la vida de nuestra especie toda persona tiene el deber sagrado de ser optimista. Eticamente no sería posible otra conducta». Tratemos ahora de adivinar quién es el autor de esa declaración.
¿Es alguno de los grandes optimistas que en el mundo han sido? ¿Juan Jacobo Rousseau? ¿Benjamin Franklin? ¿Gottfried Wilhelm Leibnitz? ¿O es acaso uno de los modernos propagandistas del optimismo a la manera de Dale Carnegie, Robert H. Schuller o Norman Vincent Peale?
¡No! El autor de esa frase es ¡Fidel Castro!
La escribió en un artículo aparecido a mediados del pasado mes. Alguien podrá pensar, es cierto, que el dictador de Cuba propone ese optimismo para alentar al abnegado pueblo cubano, que tantas carencias sufre, y tan grande falta de ese preciado bien llamado libertad.
Sin embargo, yo mismo firmaría su aserción. Soy optimista sistemático.
Eso incita a mis amigos a nombrarme con un epíteto que me resisto a consignar aquí, pero que rima, entre otras palabras, con abadejo, bermejo, catalejo, dejo, entrecejo, festejo, gracejo, hollejo, idolejo, lugarejo, motejo, nejo, ovillejo, parejo, quejo, reflejo, semejo, trebejo, vencejo y zagalejo.
Ingenua cosa, en efecto, parece el optimismo, propia de babilones a la manera del Pangloss de Voltaire o la Pollyanna de la señora Porter.
«Ser un pesimista joven es absurdo -escribió Twain-, pero más absurdo es ser un optimista viejo».
Lejos de mí la temeraria idea de contrariar ese dictum del genial escritor americano, pero yo pienso que el pesimismo es siempre triste, pues entraña la negación de la esperanza, y la esperanza es el último asidero en tiempos de dificultad.
Difíciles son estos tiempos nuestros, de zozobra, desasosiegos y temor.
Entregarnos ahora al pesimismo equivale a una rendición.
¿Qué hacer, entonces? La respuesta la da el propio Voltaire: «Hay que cultivar nuestro jardín».
Es decir, debemos seguir cumpliendo, pese a todo, nuestro deber de cada día.
Eso es lo que hacen los marinos en horas de tormenta: cada uno hace lo que le corresponde hacer, pues saben que las tormentas pasan y el barco sigue navegando.
Eso no es optimismo superficial: es antiquísima sabiduría, que por ser tan antigua es siempre nueva.

MIRADOR

Don Abundio es padrino de una boda.
-Brindemos -dice a la concurrencia- por la salud de los novios.
Alzan la copa y beben todos.
Ahora -prosigue el viejo socarrón- bebamos a la salud de la criatura.
-¿Cuál criatura? -pregunta, hosco, el padre de la novia.
Responde con gran sonrisa don Abundio: -La que esta noche van a empezar a hacer estos muchachos.
Todos ríen -el papá de la novia no tanto-, y su risa es como una gozosa canción.
Yo admiro mucho a don Abundio. Cuando este hombre del Potrero era joven -me dicen- parecía un viejo por su prudencia y su saber.
Ahora que es viejo parece un joven por su amor a la vida, por su constante alegría de vivir